Eligiendo entre los ideales de la Revolución Francesa, el liberalismo sólo puede tener algún interés en el ideal de la libertad. El liberalismo defiende la libertad espiritual, al igual que la trimembración social, pero también representa la libertad en la economía, tanto en el sentido del libre mercado no regulado, donde la producción sólo está regulada por la oferta y la demanda, como en el espíritu del capitalismo (libre disposición y heridibilidad del capital).
Opuestos a estos ideales se encuentran los acuerdos de producción en cooperaciones asociativas acorde con el enfoque de la trimembración, incluyendo el ideal de la fraternidad y el principio de que cualquier transferencia de capital debe ser ligada a las capacidades del beneficiario (no a la consanguinidad).
Tanto el liberalismo como la trimembración social quieren liberar tanto el individuo como las vidas económica y espiritual del las vinculaciones con el derecho estatal.
De todos modos el liberalismo y la trimembración social difieren en su objetivo y orientación.
El ideal del liberalismo en su forma más pura es un estado que solo desempeñe la función de vigilante cuya tarea es garantizar la actividad económica sin perturbaciones; es decir, un estado que proporciona un espacio judicial ordenado mediante la ley penal burgués, que no interviene con medidas políticas en la vida económica, y que no intenta hacer ninguna redistribución económica mediante los impuestos y la legislación social. La tarea de tal estado sería la de asegurar que siempre reine la noche en la economía. No en vano, la historia del liberalismo comienza con la prohibición de todos los gremios y asociaciones comerciales. El estado vigilante nocturno evitará que los ciudadanos echen luz en la economía y que se auto-organicen en el sentido de frenar el capitalismo mediante boicoteo o redes de asociaciones civiles.
El enfoque de la trimembración social difiere del liberalismo en cuanto la vida jurídica no es considerado un apéndice de la vida económica; más bien la vida jurídica se nutre del sentido puramente humano de justicia, incluida una legislación social vinculante para la economía autónoma.
En última instancia, la libertad del liberalismo es una falacia, ya que ante todo defiende la libertad de la vida económica, subordinando a ella los sistemas de la vida jurídica y de la vida cultural/espiritual. Por lo tanto, el liberalismo no toma demasiado en serio la libertad de la vida espiritual. El liberalismo protege la vida espiritual de las garras del estado, pero al mismo tiempo acepta que la vida espiritual dependa de la economía, porque para él (como para los socialistas) la vida espiritual sólo es una superestructura imaginaria construida sobre el fundamento de la realidad.
Autores: Rasmus Bjerregaard / Sylvain Coiplet